Rodolfo Martiñañez, de cuarenta y tres años, al pie de la entrada de la cueva, se dirigió hacia la muchedumbre allí congregada y dijo, con voz firme pero serena:
-Amigos míos, entraré aquí, en esta cueva sagrada y saldré en cuarenta años. No quiero que me molesten, pues dentro tengo todo lo necesario para vivir. Id en paz. Hasta luego-.
…40 años después…
Era noche entrada. La multitud se arremolinaba entorno a la entrada de la cueva, expectantes. El anciano salió perfectamente vestido con un traje y corbata impolutos, afeitado y con el pelo cortado a cuchilla. Tenia un aspecto muy aseado. Parecía más joven que cuando entró. Entonces dijo muy bajito:
-El alma que no sufre, no crece, pero duele de cojones-.
A continuación volvió para dentro y nunca se supo más de él.
El que estaba más cerca de Rodolfo Martiñañez se volvió para la congregación y exclamó, todo lo fuerte que pudo:
-El iluminado habló y hemos de seguir sus palabras, ya que son las únicas que ha proferido en 40 años. Yo he sido elegido para trasladaros su profecía, llena de un significado que solo yo he escuchado con total claridad. Prestad mucha atención porque el gran maestro nos ha dicho: El alba cuando surge, aparece, pero suelen ser cajones-.
Y luego añadió:
-Hacedle caso a él, o sea, a mi. No os descarriéis con palabras de falsos profetas-.
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