3ª Era



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AGRADECIDO POR TODO








domingo, 20 de diciembre de 2009

Bajo el Sol








      Caminaba por el parque y hacía mucho calor ese domingo. Los niños jugaban alborotadamente y el Sol resplandecía en su cúspide. Me acerque a beber a la fuente de la trompa de elefante, pues siempre he bebido de esa fuente, desde pequeño. Espero que no la quiten nunca. Luego me senté en un banco. En el, estaba sentado un señor mayor, de unos… bueno con muchas arrugas y con el cabello muy blanco, tan blanco que  le irradiaba bajo el tremendo Sol. Observé que estaba con la mirada fija en un punto y permanecía inmóvil. Me pareció que podía encontrase mal, con todo ese calor. Yo llevaba mis gafas de Sol de marca, así que podía observarle con el rabillo del ojo. De pronto giró su cabeza, me miró y me dio los buenos días.


- Buenos días…¡si! realmente buenos, pero demasiado calurosos -. Comenté un tanto descubierto.


- Es lógico, estamos en pleno verano -. Dijo con tono rotundo.


     Me pareció que le estaba incomodando, sentado a su lado. Me empezaba a doler la cabeza y no tenía nada que ponerme encima. El sacó un pañuelo blanco de su americana de lino y me lo ofreció:


- Es mejor que se quite esas gafas oscuras y se ponga esto en la cabeza, o se va a achicharrar -.

    Me sentí incomodo y confundido con su gesto, era como si me hubiera leído en la mente…


- No se preocupe, ya me arreglo -. Le dije aparentando solvencia.


- No sea tonto y acepte mi ofrecimiento. Es por su bien -.

     Me sentía ridículo con la situación. ¿Que pensaba aquel anciano que iba a hacer yo con ese pañuelo?. ¿Atármelo a las orejas? Y la tontería de quitarme las gafas…


     Me miro fijamente mientras sostenía el pañuelo, perfectamente doblado. Así que acepté. Me puse el dichoso pañuelo encima de la cabeza, tal cual.


La verdad es que me alivió de inmediato. Sin las gafas el fenómeno de bienestar se acrecentó, curiosamente.  Quise agradecérselo invitándole a un cigarrillo.


- No gracias. Solo fumo marihuana, de vez en cuando -.

     Me sorprendió con su declaración. Parecía sano. Vamos, que no parecía un drogadicto. Claro, que de vez en cuando…


     De repente me sacó de mis cavilaciones.


- ¿Usted ha fumado marihuana alguna vez? -. Preguntó directo.


- Pues no. Lo que son drogas… No uso. Bueno, alguna vez de chaval…-  Me quedé atónito con mi respuesta. Yo parecía el mayor y él el joven.

- Pues todo, en su medida, está bien probarlo -.

- Ya, pero mi enfermedad no me permite probar determinadas cosas por…-

- Su enfermedad no existe -. Aseveró taxativo.

- ¿Cómo? -. Balbuceé.


- Toda separación que pretenda permanecer lleva invariablemente a la enfermedad, la cual es la encargada de devolver al estado saludable al cuerpo, si el pensamiento lo permite. Para que lo permita, el pensamiento se ha de conducir por la senda de la experimentación directa de los fenómenos y así comprender, investigando, que todo tiene relación y por lo tanto, no está separado. Que no hay separación real entre usted y yo, entre mi mente y mi cuerpo, entre la Tierra y el Sol. Hay algo que une todo (…)

     Me quedé noqueado con la explicación. Pensativo. Me interesó mucho lo que acababa de decir. Seguí pensando en ese algo y se me ocurrió una pregunta, que consideré brillante y resolutíva.


- ¿El amor? -

- No, el amor es una palabra y como tal, le llevará a otra y a otra -.

- ¿Entonces son las palabras? –Insistí.


- No, porque las palabras las pronuncia el cuerpo que contiene al pensamiento y este a la mente -.

- Entonces ¿qué es ese algo? -. Exclamé un tanto irritado.


- Usted… usted si despeja las alambradas de su cabeza y se pone al encuentro. Si se abre a todas las posibilidades que contiene su ser -.  Asestó.


- Pero…yo soy alguien, no algo -. Dije rotundo.


- Si. Usted es alguien que sirve para algo. Ese algo es gigantesco. Algo muy grande dentro de alguien relativamente pequeño. Experimente su perímetro de acción y se dará cuenta de que ese algo no tiene límites ni fronteras. Usted vive en la Tierra, que vive en el Cosmos, que vive en Usted -. Dijo terminando en una sonrisa franca.





     Me emocioné ligeramente: - Gracias... Nunca habían hablado de esta forma de mi -.

- No es solo con usted, es con todos. ¿Ve a esos niños? -. Preguntó oscilando verticalmente su cabeza.

- Si. ¡Como se lo pasan! -. Exclamé con alegría.


- Así es. Porque investigan a través del juego. Tienen experiencias reveladoras a cada momento, jugando -.

- Entonces… ¡A jugar! -. Dije entusiasmado.


- Si, aunque no se deje atrapar por las reglas ni por los resultados. Sea libre de inventarse -.

     Me sentí muy bien en aquel momento. Me pareció que aquel anciano y yo habíamos tenido una relación más abundante en unos pocos minutos, que con algunas personas he tenido en años.
El me dio los buenos días de nuevo y se levantó ágilmente.


     De súbito, me di cuenta de que aun llevaba su pañuelo sobre mi cabeza y alcé mi voz:  - ¡Oiga, se deja su pañuelo! -

- Quédeselo, es el único que tengo -.

- Con más motivo aún se lo ha de quedar, si solo tiene este -. Dije mientras me lo quitaba de la cabeza para dárselo.


-Precisamente por eso se lo regalo -. Comentó sonriendo.


     Su amabilidad me resultó muy curiosa y le contesté, también sonriendo: - Muchas gracias caballero, que pase un buen día -.

Gracias a usted por escucharse en mi -. Dijo, sin dejar de sonreír.



     Mientras le observaba irse, a paso lento pero firme, pensé en ese último gesto y esa última frase y sentí que me había encontrado con alguien que me había tratado con... y utilizaré aquella palabra:  amor.

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